Arquitectura Paisajista: Un refugio en la Patagonia
Hacia el sur de la Argentina, la nieve cubre la tierra en el invierno, mientras que en el verano las temperaturas ascienden a más de 25°C. Al diseñar el jardín, es fundamental tener en cuenta esta amplitud térmica.
La montaña como cierre del paisaje. La vegetación se mezcla y genera distintas texturas y coloridos.
Consciente de la escenografía sureña, el jardín genera un espacio propio, de escala y calidez, desde donde se contempla la cordillera. Terrazas y desniveles demoran la llegada al lago.
Podemos calificar al paisaje de montaña como grandioso y frío. Los Andes tienen esa expresión telúrica tan potente, y no es casual que siempre haya venido asociada al jardín alpino rebosante de flores. La flor en estos jardines, delicadeza y frescura, es otro tono en el paisaje que, lejos de competir, llena de vida los parques.
La pileta es el lugar más elegido en el verano. Rosales, gauras, cortaderas y retamas brillan durante esta época. Pura flor en contraste con los inviernos nevados
Las flores son elocuentes de la dramática diferencia entre el invierno y el verano. Parece mentira que toda esa felicidad de sol y días largos desaparezca con los primeros fríos. Por eso, nunca serán muchas las flores en el jardín. La intensidad de luz pide colores saturados y llenos.
Un magnífico coihue divide las visuales, es el límite del parque. Luego, se propuso una pradera natural y, casi sin darnos cuenta, comienza la orilla del lago. De este lado de la pileta, más cerca de la casa, la plantación es baja y predominan las herbáceas y gramíneas que soportan los fuertes fríos del invierno, para revivir con fuerza durante el verano, momento en que este lugar tiene mayor uso. La terraza verde está contenida por un murete de piedra; desde allí se domina visualmente el lago y la cordillera.
Barranca de aspecto natural. Desde la altura se aprecia la magnificencia de las montañas, con sus colores tierra y verdes oscuros, y el azul profundo del lago.
Valeriana blanca (Centranthus ruber) y nepeta (Nepeta racemosa) como cubresuelo.
FUENTE: BLOGYDECO
La montaña como cierre del paisaje. La vegetación se mezcla y genera distintas texturas y coloridos.
Consciente de la escenografía sureña, el jardín genera un espacio propio, de escala y calidez, desde donde se contempla la cordillera. Terrazas y desniveles demoran la llegada al lago.
Más allá, un grupo de lavandas en plena floración.
Podemos calificar al paisaje de montaña como grandioso y frío. Los Andes tienen esa expresión telúrica tan potente, y no es casual que siempre haya venido asociada al jardín alpino rebosante de flores. La flor en estos jardines, delicadeza y frescura, es otro tono en el paisaje que, lejos de competir, llena de vida los parques.
La pileta es el lugar más elegido en el verano. Rosales, gauras, cortaderas y retamas brillan durante esta época. Pura flor en contraste con los inviernos nevados
Las flores son elocuentes de la dramática diferencia entre el invierno y el verano. Parece mentira que toda esa felicidad de sol y días largos desaparezca con los primeros fríos. Por eso, nunca serán muchas las flores en el jardín. La intensidad de luz pide colores saturados y llenos.
Un magnífico coihue divide las visuales, es el límite del parque. Luego, se propuso una pradera natural y, casi sin darnos cuenta, comienza la orilla del lago. De este lado de la pileta, más cerca de la casa, la plantación es baja y predominan las herbáceas y gramíneas que soportan los fuertes fríos del invierno, para revivir con fuerza durante el verano, momento en que este lugar tiene mayor uso. La terraza verde está contenida por un murete de piedra; desde allí se domina visualmente el lago y la cordillera.
Barranca de aspecto natural. Desde la altura se aprecia la magnificencia de las montañas, con sus colores tierra y verdes oscuros, y el azul profundo del lago.
Valeriana blanca (Centranthus ruber) y nepeta (Nepeta racemosa) como cubresuelo.
FUENTE: BLOGYDECO
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