Estilo rural: Los frutos de la tierra

Una visita a la Finca Narbona, en Carmelo, nos deslumbró con ambientes tan deliciosos como los productos que allí se elaboran.

Paseando su historia por los caminos de Carmelo, las camionetas de la finca, de principio de siglo pasado, son uno de sus signos distintivos

Esta finca atrae todos nuestros sentidos, no sólo –y obviamente– los de la vista, el gusto o el olfato, sino también otros más sutiles e inasibles, como pueden ser el de la historia o el de pertenencia. Será porque a todos nos cautiva la elaboración del los alimentos más elementales y nobles, o porque en algunos rincones se conservan aún muros históricos que la convierten en una auténtica reliquia arquitectónica del Uruguay.

Es que este lugar tiene una larga historia, que comienza a escribirse en la primera mitad del siglo XVIII, cuando llegó a establecerse en estas tierras el aragonés Juan de Narbona. Juan de Narbona se dedicó a la cría de ganado y, más tarde, a la explotación de cal, de la que proveía a Buenos Aires. Esta actividad lo llevó a ser uno de los principales partícipes en la edificación de la iglesia del Pilar, en Recoleta, y de la iglesia de Santa Catalina de Siena, muy cerca de allí. Era una época en la que la prosperidad económica y el deseo de estimular la vida religiosa en el Río de la Plata impulsaron la construcción de conventos en la ciudad.

Imágenes de los alrededores de la panadería, que ofrece una galería para sentarse a la sombra de una enredadera a saborear sus exquisiteces.

En Carmelo, Narbona levantó, con un estilo similar, el casco de su estancia, del que aún quedan detalles originales. En 1909, don Vicente Bogliacino, reconociendo en el clima y en el suelo de la zona el potencial para hacer buen vino, comenzó el cultivo de vides en el terreno que había pertenecido a la vieja Estancia Narbona.

El marco dado por los pisos de ladrillo y los muros de piedra colocada de modo irregular está en perfecta consonancia con el paisaje

Casi noventa años más tarde, el rumbo de la producción cambió hacia la elaboración y exportación de vinos de alta gama. A esta actividad se sumó la del tambo y la quesería cuando, en 2001, la familia Banchero, dedicada desde principios del siglo XX a la elaboración de quesos artesanales, se asoció con la finca y granja Narbona. Hoy, el visitante ocasional, el comensal del restaurante o el huésped que tiene el placer de alojarse en alguna de las dos suites, puede ser testigo de de los procesos de trabajo, que se llevan a cabo en un ámbito que comunica, también desde lo estético, la valoración de los ritmos y la calidad de antaño.

Los exteriores de la panadería cobran color con los macizos de lavandas, la tupida enredadera en flor y variados recipientes y macetas

Cientos de botellas vacías, en las vitrinas o los estantes, le dan brillo y levedad a las paredes de ladrillo

Bajo una ventana que no busca esconder sus años, crean un fuerte contraste dos sillones de un cuerpo tapizados en cuero bordó.

Uno de los dormitorios en suite con piso de pino tea, que fueron ambientados por Pacha Cantón con muebles antiguos comprados en remate para mantener la magia

El baño, revestido enteramente en madera, tiene una vieja bañadera con patas, a la que se le agregó grifería cromada que respeta el modelo antiguo.

Pisos de mosaicos calcáreos y techo de machimbre pintado en un tono crema, hasta donde llegan los estantes llenos de conservas que se producen en la granja

El restaurante, donde la pared está tapizada de piso a techo por los productos Narbona

Junto al auto antiguo, una colección de faroles cuelga de ganchos de carnicería

Una enorme mesa de campo con patas de madera torneada y tapa hecha con tablones ofrece otro espacio de reunión, degustación y contemplación.

Una pérgola, por donde trepa ágilmente la parra, enmarca el sinuoso camino que invita a recorrer los innumerables rincones de la finca.

Además de elaborarse en el establecimiento vinos y quesos, allí funciona un restaurante y existen dos habitaciones donde es posible hospedarse.



FUENTE: BLOGYDECO